viernes, enero 20, 2006

Mi trauma cuernil


Maldigo el día en que le conté a Pepe mi trauma infantil, ahora no tengo más remedio que dejarlo pinchado en mi blog, espero que me sirva como terapia y olvide así los malos ratos que me hizo pasar.
Tendría yo seis o siete añitos y era Navidad, como todos los niños de mi calle esperaba con ilusión la llegada de los reyes magos, eran tiempos de un solo regalo así que teníamos que elegir bien. Ese año, no recuerdo la razón, nos pusimos de acuerdo para pedir todos lo mismo y poder jugar juntos al mismo juego. El caso es que elejimos, por unanimidad, un traje de romano; una chulada, con su coraza de plástico duro marcando pectorales, su gorro con cepillo, escudo rectangular y espada corta. Juntos formaríamos una legión dispuestos a conquistar la calle y lo que se nos pusiera por delante.
Pero el destino, ayudado por una confusión histórica o la falta de previsión de mis padres, hizo que mi suerte tornara a color negro, negro oscuro. El día seis de enero todos mis amigos aparecieron vestidos de romano con sus relucientes corazas, entrechocando sus espadas y acariciándose unos a otros los cepillos del casco. Vinieron a buscarme pero yo no quería salir, permanecía escondido en mi casa detrás de la puerta mientras mis padres me animaban a salir:
-¡Sal Chisme sal, que te estamos esperando para desfilar!
-Venga hijo sal que te están esperando tus amiguitos.
-No, no quiero salir me siento ridículo, este traje no me gusta, no es el que yo quería.
-Y que más da hombre, no es igual no, es todavía más bonito que los otros.
Como iba a ser más bonito, era horrible, era un traje de vikingo y en vez de casco con cepillo tenía uno con cuernos.
Cuando por fin salí a la calle los otros niños se quedaron primero perplejos, pero a los pocos segundos llevados por las ansias de conquista que les infundia el traje de romano imperial se abalanzaron sobre mí como si fuese el rey de las galias. Y así día tras día, todos los juegos consistían en vencerme y conquistarme. Tuve que acostumbrarme, o hacia de enemigo del imperio o me quedaba sin jugar.
Por suerte el casco con cuernos era duro, muy duro, tanto que durante años y años, mucho tiempo después de que acabaran aquellas guerras, estuvo dando vueltas por mi casa, la espada y el peto pronto sucumbieron, pero el casco, ese maldito casco con cuernos era duro de verdad.
Espero que si alguno de mis olvidados amigos de la niñez lee esto, se acuerde del pobre niño con casco de vikingo y sepa que no les guardo rencor.

2 comentarios:

Lula Towanda dijo...

Bueno, al menos eras original con tu traje y además les dabas la oportunidad a tus amigos de sentirse vencedores.
Y no te puedes quejar de la calidad del casco.

la-de-marbella dijo...

Que me ha gustado tu historia, jajajaja, a mi me paso algo parecido con un disfraz de caperucita. Mi madre en su ansia de que fuese la mejor, cambio el tejido y con él el tono. Ademas de que era más alta y gordita que las demas, el encarnado de mi capa me hacia destacar terriblemente. Siempre me cogia el lobo. Saludos Marbellis