lunes, octubre 24, 2005



Y fueron pasando los días, como si tal cosa, la estrecha vigilancia ejercida sobre mi vecino del 4ºC me tuvo absorbido todo este tiempo. Los acontecimientos se sucedieron uno tras otro en mi comunidad sin que yo, fíjense ustedes, me enterase de nada. Hasta ese punto había llegado, obsesionado como estaba, por descubrir el terrible secreto que mi charcutero intuía. Tal como él me aconsejo, no solo le echaba un ojo, sino, más bien, los dos a la vez.
Tarde tras tarde pasaba asomado a la ventana o sentado en la terraza del bar de enfrente, tomando un café tras otro, ni dormía atenazado por el sin saber y por la cafeína acumulada en mi organismo.
Al principio por ser el final del verano, el tiempo acompañaba y resultaba agradable, pero a medida que el otoño se hacia presente y las tardes empezaban a refrescar ya no lo era tanto y pasé a ser el único cliente al que atendían fuera, hasta el camarero, en parte por lástima y también por ahorrarse un paseo, me preguntaba si no estaría mejor dentro.
Sentía que mis fuerzas flaqueaban, mi salud debilitada por el insomnio y el frío empezaba a resentirse.

1 comentario:

Lula Towanda dijo...

Ardua tarea la de la vigilancia al el 4º C. Pero dese un respiro D. Cotilla y actualícenos el blog con más frecuencia. Ahora que llega el otoño, es momento de reflexión y escritura. Sírvase de elementos tecnológicos para vigilar a ese vecino misterioso que seguro que da mucho juego.